dijous, 7 de juny del 2012

CULTURA O CULTURISMO?


En la misma puerta ya te ha parecido mala idea, y aún así lo has preguntado. “¿Puedo colgar este cartel?” Es una pregunta de cortesía. Normalmente piensas que no hace falta ni hacerla, y menos en un centro cultural municipal. Pero el portero del local no lo ha visto igual. Creo que más que la actividad de tu cartel, has sido tu quien no le ha gustado. “No, mejor no”.

Claro, te quedas de piedra. Retrocedes y respondes con cortesía, pero mostrando tu incomprensión: “Ah! Vale. Entiendo”. Mientras piensas en salir por la puerta y no discutir, un diablillo en tu hombro derecho, con cuernos de ciudadano crítico, de esos ciudadanos que desconciertan con sus apelaciones, te susurra que preguntes porqué.

¿Y porqué?”. El portero, que viste como un programador cultural, y probablemente se hace pasar por uno de ellos, empieza a confirmar tus sospechas y las mias, fundadas durante toda una vida, de que ni él mismo sabe, todavía, porqué no. Pero aún así, lo intenta.

Los porteros paran cosas. En el fútbol paran balones. Ese es su cometido. En las discotecas paran gente, ahí encuentran satisfacción (laboral, espero). Es divertido ver como alguien que se dedica a parar cosas en un centro cultural, busca en tu cartel inocentón, argumentos improvisados de porqué no puedes poner tu actividad junto a las de gran casta que cuelgan en sus escasos dos paneles de información.

Si fuese más cultural, no habría problema. Una conferencia, una charla...”. Es momento de decir que tu cartel anuncia un curso. Y a pesar de que es caer en su juego especificar el nombre del curso, lo haces pues para más sorna se trata de formación como Animadores Socioculturales de Ocio Infantil y Juvenil. Casi caes en la tentación de preguntarle que es cultura para él, como te preguntaba Carles Monclús durante todo un curso de TASOC en la asignatura de “Animación Cultural”. Desistes, caes en la cuenta de que es portero, no entiende de estas cosas. Supones que se refiere a que sea algo de menor compromiso, más puntual, o abierto al público. Tu curso lo es.

Como ve que tu cara es un poema, prueba con un nuevo argumento, “Si tuviese el logo de algún ayuntamiento...” Tus ojos se iluminan. Buscas entre los carteles y aparece uno en que pone Misa del Corpus, y a continuación procesión, sin ayuntamientos de por medio. Él también lo ve. Y el de la Universitat Jaume I al lado, que aunque no tenga el logo del ayuntamiento, todo el mundo sabe que colabora con el ayuntamiento que sea.

Es que cobráis vuestro curso. Esto tiene ánimo de lucro”, dice antes de que tu discutas sobre municipalismo. No puedes aguantarte y le explicas rápidamente que tu asociación juvenil no tiene ánimo de lucro, y que los cursos que ofrezcas no tienen porqué ser gratis, ni mucho menos evitar obtener ingresos con ellos, generando así remanente para tu actividad asociativa. Pero como ves que eso ya lo sabe, y que buscará rápidamente otro argumento, señalas la obra de teatro del Grupo de Teatro de la Universidad para Mayores, que cobra 3 y 5 € como donativo, con la esperanza de que no la descuelgue diciendo que eso tampoco es cultura.

Su última respuesta es la mejor, por inexistente. Has de ser tu quien relaje el silencio mientras te acompaña a la puerta, y le dices que entiendes que cada centro tenga un criterio para filtrar la información que debe llegar a los ciudadanos del barrio, aunque observas que el centro está totalmente vacío. Éste centro, piensan tus ojos, no tiene ningún criterio justo que filtre la información, más allá del ejercicio diario de poder de éste portero.

Su rostro se muestra satisfecho, como el de aquel que ha terminado su jornada laboral con un “completo” de sus funciones, y justifica así su labor. 

Te vas, y entras en la Biblioteca de la Calle Mayor, acojonado y pensando que allí tampoco. Pero ni lo leen, y te dicen que ellos mismos lo pondrán si tu no llevas celofán. Sales envalentonado, y te diriges de nuevo al centro cultural.

La puerta se ilumina con un fluorescente que parpadea “centro de cultura(lismo)” municipal, y por los cristales, mientras andas hacia dentro, intuyes un grupo de gente levantando pesas. Sacas tu móvil y haces fotos a los carteles. El portero no tarda en aparecer. “¿Que querías?” Resistes sus músculos de culturista, y respondes con serenidad que solo miras la información. El portero se pone nervioso y se mete en el despacho. Y sale en 10 segundos, cruzándose de brazos delante de ti. Es entonces cuando ves la prueba inequívoca de que no es el (des)programador cultural del local, ni siquiera el dinamiz(t)ador cultural, pues sus argumentos no estaban trabajados ni en pro de los derechos constitucionales de un ciudadano asociado que le paga el sueldo, ni tampoco de alguien que hace bien su trabajo y no improvisa. Coges el papel de las colonias de verano SEIDIA de la Fundación Caja Castellón (subcontratadas a una empresa y por supuesto, se cobran y además generan beneficio económico), dices “adiós” y te subes a tu bici aparcada en la misma calle Antonio Maura.


Mientras te vas, despacito, te cruzas con dos chicos fuertes, con camiseta de tirantes, y bolsa deportiva. Te giras. Han entrado, el portero les saluda y les abre paso.

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